Nuevo Mundo | Día 9

Creo que ya sólo me quedas tú, Aurora. He acudido a ti como la única tabla de madera a la vista tras el naufragio. Sobrevivo entre la espada y la pared y no sabía si saltar por la ventana o venir a escribirte para… No sé para qué. Dios existe y estoy en el infierno, no hay duda., cada vez lo tengo más claro. Esto no es un sueño, no puede serlo porque está durando demasiado. Además, me he mirado las manos, me he mirado al espejo y todo está en orden. Cuando indagaba en mi conciencia experimentando con sueños lúcidos las pruebas de realidad eran métodos infalibles para saber si estaba soñando o no, siempre funcionaban. Si me miraba las manos y estaba en un sueño los dedos siempre presentaban extrañas formas, desmesuradas proporciones o incluso en lugar de tener cinco dedos en cada mano podía tener más o menos, según el día. Lo mismo ocurría al mirarme reflejado en un espejo. Si lo hacía despierto no ocurría nada, como todo el mundo sabe, pero si lo hacía inmerso en un sueño mi cara se descolgaba de un lado, o los ojos estaban colocados en posiciones indebidas. En el mundo onírico mi reflejo en un espejo nunca es real. Durante estos días no he dejado de mirarme las manos y de buscar mi reflejo por todas partes. Es un hecho que no estoy soñando.

Pero después de lo que me ha pasado hoy… Aún me tiembla la mano. No sé si se entenderá lo que escribo, entre mi pulso y las lagrimas que lo están emborronando todo… Si se trata de una broma, la persona encargada de llevarla a cabo es sin duda un enfermo mental y merece ser abierto en canal en mitad de la calle. Si le tuviese delante lo destriparía mientras le insulto y le pido explicaciones. ¿Cómo se puede hacer algo así con una persona? Nadie se merece pasar lo que están haciendo conmigo. Basta ya, por favor, basta ya, dejadme en paz, os lo suplico.

Creo que me he desmayado, o me he dormido, no lo sé. Estaba escribiendo el párrafo anterior y de repente me he despertado. No sé cuanto tiempo ha pasado, nunca me había pasado algo parecido. Ya ni siquiera me puedo fiar de mi propia consciencia. Llevo horas temblando en un rincón de mi habitación, creo que me ha dado un ataque o algo así. Estoy muerto de miedo, Aurora. Sálvame, por favor, no lo soporto más. Quiero que esto termine de una puta vez, no soy capaz de vivir así, no puedo, no quiero, no lo merezco.

Me debato entre escribir o dormir para siempre. No sé qué será mejor. Puede que revivir este último horror mientras te lo cuento acabe conmigo definitivamente, quien sabe. Creo que lo mejor será que empiece por el principio. Sí, so haré.

Esta mañana me desperté a no sé qué hora, la verdad es que he pasado una noche de mierda, pero algo he dormido, creo. Desayuné todo lo que pude, llené la mochila con la comida que había cogido ayer en el supermercado y me marché de esa casa. No estaba a gusto allí. No podía evitar pensar que me estaba aprovechando de la desgracia de una familia, invadiendo su espacio, su hogar. Es cierto que no estaban, pero ¿y si de repente les hubiera dado por volver, de donde quiera que estuviesen y me encontraban allí, tomando un baño en su bañera o durmiendo en sus camas? Me he sentido un traidor. Quizá por el hecho de no haber sufrido el mismo destino que ellos y el de toda la ciudad. ¿Por qué he tenido que librarme del destino que ha sufrido el resto de la humanidad? ¿Quién soy yo? Creo que es mejor sufrir la más horrible muerte acompañado de mis semejantes que agonizar en la soledad más densa que jamás haya conocido. Somos seres sociales, dicen, creo que ciertamente así es.

Cuando bajé a la calle todo seguía igual, las aceras desiertas, los coches abandonados de cualquier manera en mitad de la calzada y un sol resplandeciente. Las mismas nubes de ayer, de antes de ayer y de los últimos días que recuerdo. Caminé deprisa, no sé por qué, pero no había razón para entretenerme. Lo cierto es que cada vez me siento más incómodo en el exterior. Estoy tan desprotegido y es todo tan frío y desolado que no puedo soportarlo. Me siento observado, sé que esta sensación no tiene fundamento, pero es así. ¿Eres tú, Aurora quien me observa? Si es así, por favor dime algo, preséntate ante mí, te necesito.

Esta mañana lo único que quería era llegar a casa. Pero ¿para qué? Es la pregunta que me hice durante todo el camino. Llegar a casa y ¿luego qué? ¿Esperar a la muerte en mi propio hogar? La verdad no lo sé, estoy cansado de pensar, de plantear preguntas sin respuesta una y otra vez, todo el día igual, me agota.

Me dolían mucho los pies y las piernas. Ayer descubrí que tenía más ampollas de las que creía, pero la verdad es que me ha importado poco. Hay cosas que empiezan a ser más relevantes que el dolor, caminar por la cuerda floja es lo que me despierta por las noches. Prefiero morir antes que volverme loco, eso es algo que siempre he tenido muy claro, y ahora más que nunca. La locura es el peor de los escenarios para una persona, no creo que pueda existir una forma más horrible de vivir.

Por el camino volví a escuchar ese penetrante zumbido, hacía días que se había apagado y no había vuelto hasta ayer. Taparse los oídos no servía de nada, tenía una frecuencia tan peculiar que atravesaba el cuerpo como si nada, haciéndose presente a pesar de mis deseos. Me puse a gritar, fue un impulso casi instintivo, nada premeditado, simplemente sentí la necesidad de estallar en mil pedazos y esparcirme por todas partes. Saqué toda mi rabia, grité tanto que mi voz rebotaba por todas partes. Maldije, lloré mientras me ahogaba con gruñidos desbocados e incluso grité tu nombre, Aurora. Te he llamado pero no has aparecido, ni tú ni nadie. También llamé a Alicia con la ingenua esperanza de que me oyera. Nadie me oyó. Me hice daño en la garganta, de hecho ahora estoy afónico. La verdad es que llevaba mucho tiempo sin decir una palabra. Pero he descubierto que estoy afónico, lo sé muy bien porque hace unas horas he tratado de hablar y casi no me salía la voz.

Cuando llegué a mi calle el zumbido se detuvo. Aceleré el paso, casi corriendo. Mi hogar, mi refugio, el único lugar en el mundo en el que puedo morir en paz. Morir, morir, morir… durante toda mi vida los mayores miedos que he tenido han sido morir y volverme loco. La muerte me ha aterrado tanto que incluso ha habido épocas en las que he estado obsesionado con esto. ¿Pero por qué? Pues porque amo la vida, no quiero morir nunca, abrazaría la inmortalidad sin dudarlo, y sin embargo, mírame ahora. Empiezo a ver la muerte como la única salida a lo que me está ocurriendo. Y un sudor frío recorre mi nuca al pensar que de alguna manera, y sin saber muy bien por qué, estoy caminando directo hacia ella.

Al llegar frente al portal de mi casa me sorprendió verlo todo exactamente igual que cuando me marché. Los coches eran los mismos, estaban en la misma posición, lo recuerdo bien de cuando cogí el Toyota, ya que entré o intenté entrar en muchos de ellos. Me faltó esa sensación que uno tiene cuando vuelve de vacaciones. Hay varios sentimientos encontrados. Por un lado la alegría de volver a casa, al hogar, y por otra la sensación de que el tiempo ha pasado a pesar de tu ausencia. Uno se da cuenta de la forma más cruda que la vida no te necesita para seguir su curso, que puede seguir haciendo sus cosas a tus espaldas. Y cuando vuelves, lo que ves en las calles es ligeramente diferente, a veces más de lo esperado. Han talado un árbol que estaba a punto de caerse, han pintado una fachada, o quizás han abierto un comercio nuevo, puede que incluso hayan vuelto a pintar las líneas de la calle. Una vez incluso cambiaron la calle de sentido con todo lo que ello conlleva. Hoy me ha faltado eso, todo está exactamente como lo dejé. Pero lo que no estaba como lo dejé era mi casa.

La cerradura no estaba forzada y la puerta estaba cerrada. Metí la llave y di tres vueltas para liberar los cerrojos. La puerta se abrió. Entré suspirando y cerrando detrás de mí. Hubo un instante de incredulidad pues muchos fueron los momentos en los que pensé que nunca volvería a estar allí. Fui a la cocina, dejé la mochila sobre la encimera y comencé a sacar los alimentos que llevaba dentro cuando escuché un ruido. No sabría decir qué tipo de sonido era, pero lo que estaba claro es que era un sonido orgánico, como un gemido. El murmullo prosiguió, no de forma fluida y constante sino a borbotones, como si un perro intentase hablar mi idioma por primera vez y a pesar de su fracaso siguiera insistiendo. Se me eriza toda la piel al recordarlo. Me quedé bloqueado, no era capaz de salir de la cocina para ver de qué se trataba, aunque al mismo tiempo necesitaba saber qué era eso que emitía semejante bullicio y que había entrado en casa por no sabía donde. Al mismo tiempo pude discernir los ruidos propios de una persona al moverse por el interior de una casa. La mesa de centro del comedor chirrió al ser arrastrada ligeramente sobre el suelo de madera. Me convertí en un bloque de hormigón a punto de estallar en mil pedazos. La cosa responsable de aquellas perturbaciones se dirigía a la cocina. Miré hacia los cuchillos sujetados a la pared por un imán, lo único que era capaz de mover eran los ojos. Un ardor inenarrable me consumió por dentro.

Lo que ocurrió después creo que ha cambiado mi vida para siempre. Creo que jamás lograré darle un sentido a lo que he vivido hoy y seguramente se convierta en el suceso que provocará mi propia muerte, de eso estoy casi convencido. Ahora mismo, unas horas después de lo sucedido, me siento absolutamente incapaz de salir de casa. No estoy hablando de salir ahora, sino de no salir nunca más. Lo que hay al otro lado de la puerta supera cualquier razonamiento que pueda llevar a cabo. Una cosa es no entender la naturaleza de lo que somos ni el mundo en el que vivimos, pero otra muy distinta es que ese mundo se vuelva del revés y se convierta en las fauces del infierno listas para devorarme. El sentido de la vida es, ahora mismo, un concepto que carece de respuesta o fin. Seguir viviendo sólo puede dar como fruto un sufrimiento cada vez mayor y una sucesión de despropósitos cada vez más demenciales. No sé si el hecho de escribir lo que ocurrió antes me hundirá más en el fango o me aliviará de alguna manera, pero necesito hacerlo, Aurora. Desconozco si estabas viendo lo que ha pasado, pero si estabas mirando y no lo has visto lo mismo que he visto yo no me lo digas. También he pensado en eso y no creo que pudiese soportar darme cuenta que ha sido todo producto de mi mente. Eso traería oscuras consecuencia.

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