
Estoy muerto. Nunca en mi vida había caminado tanto. Me duele todo el cuerpo y lo único que quiero es apagarme. Pero, una vez más, la necesidad de seguir escribiendo es más fuerte que ninguna otra cosa, pues me hace tener la esperanza de que algún día podré leer todo esto desde la vida que siempre he conocido. Probablemente si hubiera tenido este ímpetu con la escritura antes de la desaparición, habría cosechado más éxitos de los que obtuve. Nunca fui muy trabajador. De cualquier manera en este momento es todo muy distinto e independientemente de las razones que me estén llevando a ello, estoy escribiendo más que nunca y, sinceramente, creo que nunca antes he sido tan honesto conmigo mismo al hacerlo. Fantaseo con poder mostrarle estas páginas a mis amigos y comentar lo aquí descrito con ellos. Puede que me digan que sólo fue una pesadilla que duró más de la cuenta, o que escribí este cuaderno bajo los efectos de una droga que alguien puso en mi bebida una noche cualquiera. Pero si alguna vez me reúno con ellos, seguramente lo que contiene este cuaderno sea la crónica de un acontecimiento único en la historia de la humanidad. Ojalá me equivoque.
Creo que estaré a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Nunca imaginé que pudiese andar tanto en un solo día. Lo único que he hecho ha sido caminar y caminar. El dolor en mis pies, mis rodillas, mis caderas y la horrible penitencia que llevo clavada a la espalda se ha convertido en una especie de trance del que no lograba salir. Es posible que haya sido una forma de castigarme a mí mismo por no ser capaz de resolver esta situación. Así soy yo, responsable de todo lo que ocurre, tenga o no control sobre ello. Ha sido como autoflagelarme durante horas y horas, no sé si para fortalecer mi mundo interior, como se hacía en la edad media, o simplemente he descargado mi impotencia contra mí mismo. El caso es que no sé si mañana podré moverme. Tengo los pies llenos de ampollas, creo que llevaba el calzado demasiado suelto. Las he pinchado y he sacado el líquido. Nunca me acuerdo si esto es lo que hay que hacer o si es mejor dejarlas llenas, pero sea cual sea la respuesta correcta ya está hecho. Sólo quiero llegar a casa.
Es increíble cómo cambia la percepción del entorno según la velocidad a la que uno se mueva. Caminando, las sensaciones que he tenido del lugar en el que me encuentro han sido muy diferentes a cuando hice el viaje n sentido contrario, en coche. Ir en el interior del vehículo y avanzar a tanta velocidad me aisló en cierta manera del mundo real, o lo que sea esto. Hoy al deshacer, moviéndome a una velocidad muy inferior, la percepción de las cosas ha sido muy diferente. La quietud de todo, la absoluta ausencia de movimiento en el entorno, incluso de la ausencia del viento o la más ligera brisa me hace sentir que esto no es más que un sueño, pero no un sueño como todos lo conocemos. Es como esas películas del oeste, rodadas en estudio, que se notaban desprovistas de vida por muy caros que fueran los decorados.
Caminar sobre el asfalto con mis suelas de goma barata me estaba destrozando los pies, así que durante varias horas he caminado por la tierra, paralelo a la carretera varios metros hacia el interior de los campos, pasando en ocasiones por algunas arboledas. Esto ha sido aún más perturbador.
Recuerdo unas vacaciones que fuimos a un denso bosque en el este de Europa. La excursión duró todo el día y la inmersión en la naturaleza fue total. Durante horas enteras no vimos otra cosa que no fueran árboles, rocas y todo tipo de arbustos. Caminamos sin prisa, disfrutando del paisaje, de los miles de diferentes sonidos que componían la sinfonía de la naturaleza y apenas nos cruzamos con otras personas. Buscando un lugar donde sentarnos a comer vimos a lo lejos una pareja que permanecía en silencio abrazada a unos árboles. Tanto él como ella tenían los ojos cerrados y descansaban con la cara apoyada contra la corteza del tronco. Recuerdo cómo intercambiamos algunas burlas inocentes en voz baja. Estos hippies, decíamos. Al pasar cerca de ellos en respetuoso silencio nuestra presencia se hizo más que evidente. Entonces, abrieron los ojos sin prisa, con una sonrisa pintada en la cara y nos dieron los buenos días. No perdáis la oportunidad de hacerlo, dijo ella, y volvieron a sumirse en su trance personal. Cuando después de comer el tema de conversación volvió a la pareja de hippies, la mofa y las risas del grupo me llevaron a levantarme y acercarme al tronco de un árbol para imitarles, siempre he sido un payaso en sociedad. En ese momento no quise admitirlo, pero recuerdo bien la sensación de estar abrazado a algo que no estaba muerto. No sentí nada especial, pero fue realmente reconfortante. Cuando semanas después volvimos a la rutina del trabajo, recuerdo que un día a solas en el garaje hice la prueba de abrazarme a un pilar de hormigón para ver si la sensación era la misma. La temperatura no fue la única diferencia, había algo en el pilar que no invitaba en absoluto a estar allí rodeándolo con mis brazos y apretarlo contra mi pecho. Quise pararme enseguida y así lo hice. Sin embargo con el árbol habría estado mucho más tiempo, y si no hubiera estado de broma con mis amigos seguramente lo habría hecho.
El bosque que atravesé esta mañana estaba plagado de pilares de hormigón con forma de árbol. No sé si soy yo el que se ha desnaturalizado o ha sido el bosque entero. Es difícil explicar una sensación tan subjetiva, ya que no es más que mi propia percepción de la cosas y dada la situación creo que ya ni siquiera puedo fiarme de eso. Sé que la interpretación que hace mi cerebro de lo que percibe por los sentidos está claramente deformada por todo lo que estoy viviendo. Ya no encuentro ninguna cuerda de la que sostenerme para sentir que sigo aferrado a la realidad. Camino, nunca mejor dicho, por terreno desconocido y no puedo asegurar que lo que vivo es real, aunque para mí, no existe nada más.
Esa percepción de un mundo inerte sigue ahí y lo inunda todo. No es solo por la ausencia de personas, pájaros u hormigas, he buscado por el suelo, sí. Ni siquiera hay moscas o avispas. Más allá de no encontrar forma de vida alguna falta algo más. Esa sensación de vida que uno tiene cuando va a pasear por la montaña, o incluso por la playa. Aunque allí, puede que sea el movimiento y el sonido del mar el que produzca se pensamiento. El mar me queda demasiado lejos como para poder ir a ver cómo están las cosas allí. Además, si me encontrase con un mar muerto, paralizado, congelado en el tiempo, no creo que pudiese soportarlo.
Creo que estoy perdiendo la razón, de eso no cabe duda. Hablo de que todo está muerto, de que no hay vida allá donde vaya, pero sin embargo, mientras escribo me estoy comiendo una manzana. A medio día he pasado por un campo de manzanos. He arrancado varias manzanas, no muy maduras, pero lo suficiente para poder comerlas. He metido varias en la mochila y me he comido ya tres. Está claro que esos árboles están vivos, o al menos sus manzanas lo están, saben bien y no noto nada raro. Entonces, seguramente el problema es sólo mío, no soy capaz de dominar esta mente que no deja de dar vueltas sobre lo mismo una y otra vez.
No consigo atar ninguna idea con otra, no acierto a darle sentido a nade de lo que me ocurre y no puedo evitar seguir buscando respuestas. Me pregunto si será mejor dejar de hacerlo y simplemente concentrarme en llegar a casa. Parece algo sencillo decirle a tu mente haz esto o haz lo otro, pero parece ser que no tengo mi pensamiento bien domesticado y va por libre. Durante la caminata de hoy he tenido tiempo suficiente para hacer todo tipo de pruebas cognitivas. He llegado a la conclusión de que soy incapaz de mantener la atención sobre lo que me propongo durante no más de unos minutos. En cuanto me descuido me descubro pensando en donde estarán todos los pájaros o recordando el maldito muro pintado. Vuelo a dirigir mis pensamientos en avanzar y no pensar cosas raras y al minuto siguiente mi mente está otra vez fantaseando con el lugar al que pueden haber ido mis amigos y el resto de la humanidad. ¿Dónde estarás, Alicia? Al final acabo rindiéndome, de otra manera el esfuerzo mental se hace más agotador que el físico, con el que ya tengo suficiente.
Varias veces he tenido la tentación de alejarme de la carretera y sumergirme en el bosque o salir a indagar en este o aquel pueblo por el que he pasado. Pero el miedo me lo ha impedido. Soy un cobarde que no se atreve a explorar y buscar el fin de todo esto. ¿Qué puedo esperar de mí mismo si no soy capaz de luchar por mi salvación? Puede que en el fondo, aunque no entienda lo que está pasando, sepa que no hay salvación. Así que para qué adentrarme en una aventura que sé me llevará a toparme con la cruda verdad. Una verdad que no me atrevo a revelarme a mí mismo. Un cobarde no es capaz de hacer algo semejante. Aunque está claro que esa verdad que quiero evitar está dentro de mí y, aunque me la censure, la conozco bien. Alicia está…
Ni siquiera soy capaz de escribirlo. Y yo que creía que escribir me iba a mantener cuerdo. Ahora mismo pienso que es posible que escribir sea más peligroso que enredarme en mis pensamientos mientras hago un kilómetro tras otro. La escritura me da una seguridad indescriptible pero a la vez saca a la luz verdades que no soy capaz de sostener. Es un arma de doble filo. Me mantiene a salvo, pero a la vez me muestra lo que soy.
Creo que por hoy es suficiente.
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