Nuevo Mundo | Día 3

Ayer, después de cenar me quedé dormido en el sofá como un niño. A las tres de la mañana me desperté debido a la incomodidad del sofá y me fui a la cama con la espalda hecha un cuadro. No sé si tiene sentido seguir mirando la hora o preocuparme de si son las dos o las tres, ¿realmente importa dada la situación?. Creo que con saber si es de día o de noche es suficiente, aunque puede que ni siquiera esto sea relevante. La densidad del silencio se hizo conmigo otra vez. La ausencia de respuestas ante la desconcertante situación que estoy viviendo hizo que el sueño se alejase de mí tan rápidamente que, cuando llegué a la cama, había perdido toda oportunidad de volver a dormir.

Traté por enésima vez de conectarme a Internet con el móvil. La red estaba muerta, igual que lo había estado en todos los intentos anteriores. Entonces fui consciente de la enorme dependencia que tengo a estar conectado. Paso todo el día pensando por y para todo lo que ocurre en Internet y ahora, arrancado de ese mundo, el mundo real se me queda pequeño, demasiado pequeño. Aún tengo la casa llena de libros, pedo más allá de eso no soy capaz de hacer nada más que no sea a través de una pantalla. Tuve el impulso de conectar mi piano eléctrico y ponerme a tocar algo, hacía meses, puede que incluso más tiempo, que no tocaba. Y aprovechando que, a pesar de todo, aún había electricidad en casa y en las calle, era un buen momento para volver a hacer música. Eché de menos los tiempos en los que pasaba horas enteras improvisando sobre el teclado, y recordé con intensidad la emoción y el placer que esos momentos me daban. Las pantallas le había ganado la batalla a todo lo anterior. El mundo estaba loco. El sueño volvió de repente, sin avisar y me hundió en el colchón.

Esta mañana me desperté más asustado que nunca. De alguna manera tomé conciencia de que lo que está ocurriendo es real. No estoy loco, tengo la mente despejada y fresca y, aunque me cueste entender lo que veo a mi alrededor, tengo la misma capacidad que siempre he tenido para percibir mi entorno. Tengo memoria, puedo recordar lo que hice al principio de la semana, la semana anterior, incluso meses atrás. Dicen que en un sueño esto no ocurre. Sé quien soy, donde estoy y que hago en este mundo. Tengo la plena conciencia de percibirme como mentalmente capaz y apto para discernir entre la realidad y un delirio. Puedo hacer cálculos matemáticos. Mientras me duchaba he estado poniendo a prueba mis aptitudes mentales con excelentes resultados.

Tengo miedo, sí, pero estoy cuerdo. No veo cosas que no existen, ni oigo voces, todo lo contrario. A lo mejor estoy sufriendo alucinaciones de la vacuidad del mundo y en lugar de ver y oír cosas que no existen las borro de mi mente. Este último pensamiento me resulta tan divertido como aterrador. Es la parte aterradora la que deja una huella más profunda y la que decide qué pensamientos salen a la superficie y cuales no. Desconozco si existe un tipo de esquizofrenia que provoque este tipo de percepciones en quien la padece, pero de ser así nunca había oído hablar de nada parecido. Bien es cierto que la mente humana es todo un misterio, y soy de la opinión de que todo es posible, pero algo en mi interior me dice que estoy sano mentalmente. ¿Será esta intuición, esa percepción imposible de cuantificar, suficiente para saber si estoy cuerdo o no? Se me está revolviendo el estómago mientras escribo esto. La mente es el arma más aterradora de la que podemos disponer, sin duda.

Me convencí a mí mismo de que lo más sensato sería meterme en un coche y lanzarme a la carretera, llegar al pueblo más cercano y ver qué está ocurriendo allí. Si me encontrase con la misma situación que aquí me dirigiría al siguiente y así sucesivamente hasta descubrir que coño está pasando. Si esta ciudad no me da las respuestas, quizás otra lo haga. Tal vez sea la propia ciudad el problema y alejarme de ella y tomar perspectiva me ofrezca la visión que me falta ahora mismo. O puede que incluso resuelva todas mis inquietudes al adentrarme en la naturaleza, y sea ella la que me revele la verdad. Creo que he consumido y fantaseado con demasiada ciencia ficción y mi cabeza echa humo imaginando todo tipo de posibles causas para explicar la desaparición de todo el mundo. Causas de ciencia ficción, claro, ahí está el problema. ¿Pero qué es la ciencia ficción sino un posible en el futuro? Voy a dejar esta vía y me voy a centrar en elaborar con calma mi propósito, si no lo hago corro el peligro de sufrir una confusión permanente entre posibilidades y realidad.

El problema para llevar a cabo mi experimento es que no tengo coche. Sé conducir y he conducido durante muchos años, pero en la actualidad no necesito ningún vehículo por lo que hace unos años decidí vender el que tenía. Por lo tanto, el inicio de la tarea de hoy será encontrar un coche con las llaves puestas o al menos con las llaves dentro y a la vista. Sé que no es algo sencillo, pero en mis excursiones de ayer las calles estaban llenas de coches abandonados aquí y allá. Me convencí entonces de que no sería tan difícil como parecía. Así que voy a ponerme manos a la obra y luego seguiré escribiendo.

 

Salí de casa con una mochila llena de comida y una botella de agua mineral de dos litros. En mi ciudad el agua corriente es de muy mala calidad, tiene exceso de cal además de una interminable lista de impurezas. Así que siempre tengo en la despensa litros y litros de agua embotellada. Hago pedidos de grandes cantidades por internet para que me los traigan a casa y así me olvido durante unos meses de comprar agua, odio tener que ir cargado desde el súper a casa. Dudé si llevar mucha o poca comida, pero preferí que sobrase a que me pudiera faltar si me veía envuelto en alguna situación que me obligase a pasar la noche fuera de casa. Mi prioridad número uno era volver aquí antes del anochecer, pero nunca se sabe lo que puede pasar. El coche podría quedarse sin gasolina, podría pinchar o incluso el motor podría gripar cuando estuviese a mitad de camino del próximo pueblo. Ya me lo decía mi abuela, más vale prevenir que curar. Así que llené la mochila con provisiones para al menos tres días. Muchos de mis conocidos me habrían llamado exagerado, pero yo les habría mirado por encima del hombro con una medio sonrisa sin ni siquiera contestarles. La gente pasa por alto las cosas importantes la mayoría de las veces y cuando uno hace las cosas bien suelen burlarse. Nunca he entendido este tipo de ataques gratuitos. Siempre he pensado que las personas son muy vehementes en sus críticas, burlas y mofas cuando son animados por su propia ignorancia. Y ahora que no hay nadie para criticar mi actos, aquí estoy yo haciendo lo propio. ¿Será que empiezo a echar de menos a la gente? Creo que aún es pronto para eso.

El asunto del coche fue mucho más sencillo de lo que había imaginado. Uno de los muchos coches que habían sido claramente abandonados en mi calle tenía las llaves puestas. Me alegré al comprobarlo, pero al mismo tiempo la incapacidad de entender lo que había llevado a la gente a dejar su coche en mitad de la calle con las llaves puestas me ponía los pelos de punta. Traté de arrancarlo, pero el tanque estaba vacío. Decidí entonces buscar un coche más moderno. Resultaba casi cómico que pudiera permitirme el lujo de elegir coche. Quería encontrar uno de esos que apagan el motor cuando se detienen y vuelven a encenderlo cuando se pisa el embrague. No sabía si ese tipo de coche podían reconocerse a simple vista desde el exterior, así que tuve que ir entrando uno a uno en todos los coches que habían quedado disponibles. Al fin encontré uno que cumplía las condiciones que yo buscaba, era un Toyota. No tengo ni idea de qué modelo era, creo que ya ha quedado bastante claro que no entiendo nada de coches. Lancé la mochila al asiento del copiloto y yo me senté en el asiento del conductor. Busqué las llaves pero no estaban. Tampoco encontré un lugar en donde introducirlas. En seguida llamó mi atención un botón grande en el que ponía “Start”. Lo pulsé y el coche se puso en marcha casi al instante. En el salpicadero el nivel de combustible marcaba 78%. Cerré la puerta e inicié la marcha despacio.

Había muchos coches que sortear y mi calle era de un único carril. Tuve que utilizar la acera en varias ocasiones para poder salir de allí. Cuando entré en la Avenida Libertad todo fue más fácil. Seguí las indicaciones hacia la autopista Norte sin ninguna razón concreta, simplemente era la más cercana a mi casa. El camino hasta allí fue igual de desolador que los días anteriores, calles completamente vacías, como congeladas en el tiempo. Los coches seguían inmóviles, como en una fotografía. Volví a mirar al cielo varias veces, no era capaz de encontrar ningún pájaro. Una alarma se disparó dentro de mí. No es que pudiese soportar la idea de que todas las personas hubieran desaparecido, pero al jugar con la idea de que los animales también habían borrado sus huellas del mapa deseé cerrar los ojos y dejar de existir. Ser el único ser vivo no era algo que yo pudiese soportar. En seguida llegué a la autopista y sin querer persistir en pensamientos poco alentadores me concentré en la carretera.

En pocos minutos llegué a la salida del siguiente pueblo, Ancara. Tomé el desvío y me dirigí al centro, quería llegar a la zona con más densidad de población. Lo que encontré allí fue igual de desolador que lo que había dejado atrás. Silencio, quietud y los ecos de lo que hacía solo tres días había sido una comunidad llena de personas. Ahora parecía una maqueta a escala 1:1.

Bajé del coche y recorrí a pie la calle principal. De vez en cuando levantaba la voz preguntando si había alguien por allí. Obtuve siempre la misma respuesta: nada, silencio, ni siquiera un ruido de un objeto al ser rozado por un gato callejero, o el chirrido de una puerta al abrir o cerrar. El único movimiento era el mío, el resto del mundo permanecía en una perfecta quietud. Impregnado en todas partes se podía percibir un olor inusual. El olor de la muerte es la idea que vino a mi mente en primer lugar. Pero no el olor de la carne putrefacta ni el olor del humo o del agua estancada, no. Era un olor desconocido para mí, un olor difícil de identificar, pero que de alguna manera me hacía saber que ya no había vida allí. Eso me hizo salir corriendo.

Minutos antes, cuando aún conducía por la autopista, en el fondo de mi ser guardaba la esperanza de que al llegar al pueblo todo volvería a la normalidad. Fantaseaba con la idea de llegar a Ancara y tener que explicar a la gente de allí lo que había pasado en la ciudad. Veía claramente sus caras arrugadas por la extrañeza de mi historia, e incluso imaginaba cómo se alejaban de mí sin querer saber nada de mis locuras. Deseaba tanto aquella situación…

Sentí pánico, ganas de meterme debajo de las sábanas, desaparecer. No tuve fuerzas para seguir el camino en busca de otros pueblos o ciudades. No podría soportar descubrir realmente que era la única persona en la Tierra. Una cosa era sospecharlo y otra muy diferente era comprobarlo. Decidí volver a casa.

Dejé el coche en la avenida, en la esquina con mi calle, en una zona despejada, con el camino libre. Luego comí algo e intenté volver a poner el ordenador en marcha sin éxito. Después de escribir estas líneas intentaré dormir. Ya no tengo ningún plan. No tengo ganas de repetir lo mismo mañana. Me siento atrapado, atrapado en un mundo vacío. Me siento paralizado. ¿Tan pobres son mis recursos que ya no sé qué hacer para poner fin a esta situación? Puede que sí, ya que la única salida que veo a esta pesadilla es mi propia muerte.

 

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