
Ayer, cuando escribía las líneas anteriores no fui capaz de relatar lo que pretendo escribir a continuación. El recuerdo de lo ocurrido me producía un bloqueo que, junto con los temblores que brotaban en mis manos, hicieron imposible que pudiera escribir una palabra más.
Hoy he pasado todo el día encerrado en casa, he arrastrado el armario de la habitación de invitados hasta la puerta de entrada y por si fuera poco he sumado a esa barricada un sillón, varias sillas y la lavadora. Ahora es cuando me doy cuenta de que la puerta se abre hacia fuera. Es broma, pero ya nada me extrañaría. Por lo visto aún me queda algo de humor, supongo que eso es bueno. Puede que sea la última rama a la que agarrarme cuando estoy colgando del precipicio.
No me quito de la cabeza ni un segundo lo que pasó ayer. No he podido dormir nada esta noche, ha sido una de las más largas de mi vida y esta mañana he vuelto a escuchar esos gruñidos o gemidos en el rellano, a escasos metros de mi puerta. A pesar de todo, creo que el sueño se ha hecho conmigo en varias ocasiones, pero los nervios que tengo a flor de piel me despertaban en seguida. No he podido comer y llevo todo el día intentando decidir qué hacer a continuación. Me encuentro realmente mal, sólo tengo ganas de apagarme, un deseo que se está convirtiendo en una necesidad.
Aurora, te cuento esto porque a estas alturas ya no sé hacer otra cosa. No tendría sentido hablarte de todo lo que me pasa y ocultarte lo más impactante de cuanto me ha pasado en mi vida, aunque si te tengo que ser sincero, cuando ocurría te imaginaba en algún lugar observándolo todo por un agujerito, deseé tanto que aparecieras para poner fin a todo diciendo “Ya pasó, todo esto no ha sido más que una broma”. Te habría odiado y amado a la vez, pero en el fondo es lo que más habría deseado en el mundo entero. Lo que ocurrió cuando estaba en la cocina el día que volví de mi frustrada excursión fue algo incomprensible. Lo llevo en la cabeza desde entonces y no he podido dejar de pensar en ello ni un solo segundo.
Los sonidos que venían del salón empezaron a acercarse. No eran los crujidos tan habituales en la mayoría de casas, ni el viento agitando las persianas, era claramente alguien o algo moviéndose en el interior de mi piso, a escasos metros de mí, no había lugar a dudas. Estaba tan impactado que me bloqueé, tanto mental como físicamente. Estaba paralizado, quise cerrar los ojos y desaparecer, volatilizarme. Me sentía incapaz de soportar tanta tensión e incluso creí que me desmayaría, la vista se me nubló clavada en el pasillo. Los pasos que se iniciaron con el chirrido de la mesa del salón se acercaron al quicio de la puerta de la cocina y entonces le vi aparecer con un gesto abominable pintado en la cara.
Era un hombre alto y delgado, de aspecto desgarbado. Las mejillas eran poco carnosas y esto hacía que sus pómulos resaltasen junto con su nariz, como los rasgos más característicos. Tenía el pelo rizado y corto, con generosas entradas. Era de extremidades largas y dedos puntiagudos y huesudos. Su piel era cetrina, como si nunca la hubiera expuesto a la luz del sol. La persona que había estado en mi salón mientras yo no estaba en casa y que ahora e presentaba delante de mí era yo. No es que se pareciese a mí, sino que era una copia de mí mismo y la descripción que acabo de hacer es la que haría si pudiera verme través de tus ojos, Aurora. Me vino a la mente ese caso de unos investigadores que separaron de pequeños a un montón de hermanos gemelos. Luego, algunos se vieron por primera vez en la adultez. Dos de ellos se encontraron por casualidad, el impacto fue terrible. Ahora sé exactamente cómo debieron sentirse. En el fondo sabía que lo ocurrido en los años ochenta del siglo XX no tenía nada que ver con lo que estaba viviendo yo en ese momento y en cierto sentido me lamenté por ello. Deseaba desesperadamente que aquello fuera un encuentro casual con mi gemelo desconocido, pero sabía que no podía ser, dadas unas circunstancias cada vez más inexplicables. La realidad volvía a sacudirme con tanta fuerza que me sentía incapaz de recuperarme.
Aquel hombre llevaba mi ropa puesta, era como mirarme en un espejo, aunque su expresión no la reconocía como mía. No estaba ni serio ni sonriente, era como alguien que descubre su propio rostro por primera vez en un reflejo e intenta parecer neutro, pero sin conseguirlo. Pensé que aquella persona padecía algún tipo de trastorno cognitivo o incluso alguna enfermedad mental que fui incapaz de reconocer. Se me revolvieron las tripas.
Observé a aquella persona que me miraba fijamente con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, como si fueran de trapo. Estaba parado, frente a la puerta, sin decidirse a entrar en la cocina. Yo traté de decir algo, no recuerdo qué, pero no conseguía formar palabra alguna, ni siquiera pude abrir la boca. Dos ideas inundaban mi mente por completo de forma intermitente, como un péndulo que se balancea de un extremo al. Más que ideas eran fuertes convicciones, sensaciones impulsivas que anidaban en mí y enraizaban profundo durante unos segundos. Luego se desvanecían para cederle el turno a la otra. La primera era saber que ese ser era yo, una copia de mi, un clon, un duplicado. La otra idea era tener la certeza de que era un muñeco, un pelele, algo artificial que de alguna manera inexplicable se había mimetizado conmigo. Estuve así durante lo que me pareció una hora entera.
Entonces inclinó la cabeza, como un perro escuchando un sonido peculiar. A continuación abrió la boca mientras esbozaba una sonrisa de cartón. Emitió un sonido agónico, como un borboteo, parecido a los que había escuchado cuando se encontraba en el salón. No se parecía a ningún idioma que yo hubiera escuchado nunca y ni siquiera parecía haber un patrón claro en lo que aparentaban ser palabras. Sólo se expresaba con los sonidos que producía, el rostro, manos y brazos permanecían inertes. Empezó a babear mientras continuaba con su soliloquio. Los hilos de saliva se enredaban entre su lengua y sus labios hasta que finalmente su boca rebosó. Sin embargo, su intento de comunicación no cesó. Aquello me asustó aún más. Me sentía acorralado, con la espalda apoyada en la ventana de la cocina, a muchos metros de altura sobre la calle y con mi única salida, la puerta de la cocina, bloqueada por aquella cosa, un engendro claramente no humano que era igual que yo.
—Espera —conseguí decir al fin, mostrándole las palmas de mis manos.
Quería que dejase de hacer lo que fuera aquello, quería que parase, quería hacerle desaparecer para siempre y cuando, después de mucho esfuerzo, conseguí articular palabra eso fue todo cuanto pude decir.
Al escuchar mi voz calló la suya. Su boca seguía chorreando saliva, que se acumulaba resbaladiza entre sus pies. Rotó el cuello y su cabeza volvió a una posición relajada y recta. Imitó con sus manos los gestos de las mías.
—Por favor, déjame salir —dije intentando tranquilizar el tono, tratando de ocultar el terror en el que e hallaba inmerso—. Sólo quiero irme.
Lo sé, lo sé, Aurora. Esa cosa era la única persona que había visto desde a desaparición, pero estaba conmocionado, la situación me sobrepasó. Todas las preguntas que me asaltan día y noche, todo lo que necesitaba saber no iba a ser revelado por aquella entidad. ¿Qué tipo de broma pesada era aquello? Un tío extraño, incapaz de hablar ni de parecer normal, que además era idéntico a mí y que había aparecido dentro de mi casa. Lo único que podía hacer era escapar y esperar a despertar de la pesadilla. Al menos es lo que pensé entonces, si es que a la avalancha de atropellados impulsos de supervivencia se le puede llamar pensamientos. Pero déjame que siga contándote lo que pasó.
De alguna manera, no sé si con los gestos que hice con las manos, o incluso que, sin darme cuenta, avancé lentamente hacia él tratando de sosegarle, conseguí que diera unos pasos hacia atrás y entonces tuve hueco suficiente para pasar entre él y la puerta. Lo hice casi sin pensar y en cuanto hube salido de la cocina corrí hacia la puerta de la casa y salí de allí. Escuché zancadas torpes y atropelladas tras de mí, en el rellano. Me giré instintivamente para controlar la distancia que nos separaba y entonces observé como aquella grotesca copia de mí tropezaba con sus propios pies y caía de bruces al suelo. Su cara chocó de lleno contra el mármol y la criatura ahogó una queja sin apenas moverse. No supe qué hacer. Por una parte mi instinto me impulsaba a acercarme a él para ayudarle, era más que evidente que la caída había sido muy dolorosa, seguramente se habría partido un labio, algún diente e incluso la nariz y joder, era como verme a mí ahí tirado. Pero al mismo tiempo mi instinto me decía que mantuviese la distancia. De hecho era la oportunidad perfecta para volver al interior de mi casa, la puerta estaba abierta y esa cosa estaba fuera de juego. Así que la supervivencia ganó a la solidaridad y a saltos pasé junto a él en dirección a mi guarida. Cuando estuve a su lado extendió un brazo, me agarró del tobillo con fuerza y se sirvió de mí para intentar levantarse. Separó la cara del suelo mientras yo sacudía mi pie con fuerza tratando de zafarme. Chorros de líquido azul brotaban de nariz y boca. No podía creerlo, otra vez esa cosa azul, pero esta vez era su sangre. La siguiente patada que di al aire me liberó de mi captor. En tres pasos en los que prácticamente volé estuve en casa. Cerré la puerta y monté la barricada.
Desde entonces, hace ya un día, permanezco aquí encerrado. No he sido capaz ni siquiera de mirar por la mirilla de la puerta para ver si esa cosa sigue allí. No podría soportar mirar a través del ojo de pez y ver la cara de mi yo sangrante pegada a la puerta. Incluso he tenido pesadillas con esa visión. La verdad es que apenas he escuchado ruido alguno en el descansillo, pero no me atrevo ni a acercarme a la puerta. He pasado la mayor parte del tiempo en mi habitación, que es la estancia más alejada de la entrada y no quiero salir de aquí. ¿Qué necesidad hay de enfrentarme de nuevo a algo tan siniestro?¿Pero quien es esa persona, o cosa o lo que sea? Más preguntas sin respuesta no, por favor, basta ya, basta ya…
No sé qué hacer, estoy completamente perdido, no encuentro sentido en nada de lo que pasa a mi alrededor o de lo que pienso. Sólo vivo empujado por un instinto que se empeña en mantenerme con vida, a salvo, pero que no emana de mi voluntad, sino que es algo más profundo y vehemente que mis decisiones. Por primera vez en mi vida creo estar sintiendo el hálito de la vida, ese ímpetu inexplicable que nos hace seguir respirando, que hace que la flores crezcan y que el planeta rebose de vida. Y te puedo asegurar, mi querida Aurora, que es de las cosas más desagradables que me han pasado nunca. Va en contra de mis empeños, de todo lo que está ocurriendo a mi alrededor. Tendría que haberme ocurrido a mis quince años, cuando tenía todo a mi disposición y el mundo aún era un lugar agradable, no justo ahora que es la propia vida la que me está diciendo que ya no hay sitio para mí. Aunque seguramente ese empuje vital siempre está ahí, invisible y pasando desapercibido, y es ahora, cuando quiero librarme de él cuando se hace más presente. La naturaleza es tan sabia como compleja.
Qué sentido tiene estar encerrado en esta casa, sufriendo una escasez de alimento que tarde o temprano me obligará a salir al rellano a enfrentarme cara a cara con mi yo abominable de nuevo. Quizá ya esté recuperado y esté deseando vengarse, o puede que incluso algo peor, algo que ni siquiera soy capaz de imaginar. No deseo nada de eso, sólo quiero que todo vuelva a ser como antes, nada más.
Si no fuese un cobarde, si no fuese tan sensible al dolor, pondría fin a este sufrimiento saliendo a su encuentro, o incluso dejándome caer por la ventana. Antes del golpe disfrutaría de un vuelo increíble, como tantas veces he soñado. Pero soy lo que soy, y aunque ahora mismo quiera abrirme las entrañas y despedazarme a mí mismo para poner fin a mi vida, no sé cómo hacerlo. Siempre me ha costado pasar a la acción, una novia que tuve una vez me decía que le resultaba desesperante, que necesitaba de empujones constantes para decidirme a hacer las cosas que me proponía. Yo le decía que no era verdad, mantener mi blog durante años fue la demostración de que eso no era así, o al menos eso pensaba. Ahora me doy cuenta de que quizás tenía razón.
Estoy claramente enfermo, todo me parece oscuro e hiriente, ya nada es como antes, e incluso lo que aún permanece, como mi casa, la calle, el aire, o el agua del grifo, lo percibo distinto. Sé que es mi mente, que está contaminada de mis pensamientos y mis emociones. En este estado soy absolutamente incapaz de percibir las cosas tal cual son, pues soy victima de mi condición humana de la que nunca podré escapar. Dichosa tú, Aurora, que estás libre de la prisión de la carne, libre de un cuerpo imperfecto que se interpone entre realidad y mente. No sabría decir donde estás o cómo eres, pero estoy seguro de que puedes estar donde y cuando tú quieras. Seguramente para ti, mi desgracia no signifiquen más que gotas de lluvia cayendo sobre el mar, quién sabe. Pero al menos puedo escribirte y eso es lo único que me mantiene despierto. Esta libreta es mi purga y tú, mi luz entre tinieblas. Cuando desaparezcas, quizá porque te has cansado de mí o simplemente porque otra gota de lluvia precisa tu atención, todo habrá terminado.
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