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La estancia era grande, cálida, aunque poco acogedora. Las paredes estaban forradas de un material sintético, gris, difícil de identificar, y considerando el silencio que colmaba el ambiente, seguramente hacía de aislante acústico. Frente a la puerta, un enorme ventanal hacía de pared. Estaba tapado casi por completo por una cortina. Por el espacio sin cubrir entraba dulcemente la luz matinal que ablandaba la atmósfera y se perdía en la trama de la moqueta. En el resto de paredes no había nada, salvo en una, de la que colgaba un solitario cuadro de tremendas dimensiones que llamaba poderosamente la atención. Estaba pintado en colores pardos y apagados, pero el motivo era muy llamativo. Se podía distinguir, en nerviosas pinceladas, a un anciano que corría por un prado marchito mientras trataba de alcanzar a un bebé que volaba por encima de los árboles. El bebé iba desnudo y sonreía, mientras que el anciano vestía harapos, y su cara expresaba una profunda desesperación. El prado iba transformándose de derecha a izquierda en un arcaico cementerio que se extendía hasta donde llegaba la vista, y tras el anciano, un abismo que parecía seguirlo comiéndose el terreno a su paso. El cuadro parecía muy antiguo, no solo por el marco, tallado en madera oscura, sino por la textura áspera y gastada del lienzo. Pegada a la pared sobre la que descansaba el cuadro había una mesa moderna con material de oficina. En una esquina, una máquina expendedora de agua, sobre ella, pegada al techo, una cámara de videovigilancia. En el centro de la sala, ocho sillas dispuestas en círculo, y bajo cada una de ellas, una libreta electrónica.
Los siete aspirantes estaban sentados en las sillas. Claire examinaba con atención la información contenida en su tablet mientras el resto del grupo guardaba silencio. Cuando terminó de leer apagó el dispositivo, levantó la mirada y sonrió amablemente.
—Soy la directora del departamento de recursos humanos de MEVAM —explicó—. Todos ustedes han sido seleccionados de entre muchos aspirantes para cubrir diferentes puestos en nuestros laboratorios. Ésta es la última entrevista que harán, y de ella obtendremos el nuevo equipo de investigación. Algunos lo conseguirán y otros no, por lo que deberán poner todo su empeño en superar esta prueba, con naturalidad y templanza. Si utilizan su inteligencia y su experiencia como científicos no tienen de qué preocuparse.
Algunos se aclararon tímidamente la garganta, otros buscaron otra postura en sus asientos, y los demás intentaron, como mejor supieron, ocultar sus nervios.
—Así que si les parece, empecemos —concluyó—. Bajo las sillas tienen una libreta electrónica. Al encenderla encontrarán un test. Ya sé que han hecho más tests en entrevistas anteriores, pero éste es diferente y es imprescindible. Una vez los hayan terminado pasaré a recogerlos, y entonces plantearemos un caso práctico que ustedes, como equipo, tendrán que resolver. Yo no formaré parte de su equipo, simplemente haré de observadora y estaré atenta a todo lo que ocurra.
Hizo una pausa y dedicó una rápida mirada a cada uno de los aspirantes.
—¿Alguna pregunta?
Todos negaron con la cabeza como si se hubieran puesto de acuerdo para sincronizar sus movimientos.
—Pueden empezar.
Seb Brawn era el nombre que figuraba en la tarjeta del más menudo de todos los aspirantes. Era un tipo encogido, de ojos oscuros y mirada despierta. Sus ojos parecían mirar desde algún escondite secreto, como asomados a una ventana detrás de las cortinas, ocultos. Observaba con timidez a sus compañeros, a través de fugaces miradas, lo suficientemente largas como para saber de ellos, y a la vez lo más cortas posibles, lo justo para no ser descubierto. Su timidez le hacía hundir la cara entre sus hombros y evitar las miradas de los demás. Se consideraba un observador del mundo, y cuando tenía que entrar en escena prefería hacerlo como parte del decorado. No tardó en comenzar a responder las preguntas con una gran soltura y aparente seguridad. Cuando llegó al bloque de orientación espacial y lógica, su velocidad de respuesta aumentó considerablemente llamando la atención de Claire, que lo observó con detenimiento. Enseguida terminó el test y se quedó esperando en silencio.
Tasya era la que parecía más joven del grupo, y desde luego no tenía pinta de ser una experimentada científica. Sin embargo allí estaba, junto al resto de sus compañeros, luchando por un puesto que seguramente llevaba mucho tiempo persiguiendo. A pesar de parecer no tener edad para poder estar allí, terminó el test la segunda.
Tras ella uno tras otro fueron terminando sus ejercicios. Claire se levantó y fue recogiendo las libretas, las guardó en un cajón y volvió a su sitio.
—Bien, ahora pasaremos a plantear el caso práctico, escuchen con atención —anunció—. Una joven esposa, poco atendida por un marido demasiado ocupado en sus negocios, se deja seducir y va a pasar la noche a casa de su amante, que se encuentra al otro lado del río. Al amanecer del día siguiente, para volver a su casa antes de que regrese su marido, que estaba de viaje, tiene que cruzar un puente. Sin embargo, un loco, haciendo gestos amenazadores, le cierra el paso. Ella corre hacia un hombre que se dedica a pasar gente con una barca de un lado al otro del río. Se sube a la barca, pero el barquero le pide el dinero del pasaje. La pobre no tiene nada, y por más que pide y suplica, el barquero se niega a pasarla si no paga de antemano. Entonces vuelve a casa de su amante y le pide dinero, pero éste se niega sin dar más explicaciones. Al momento, se acuerda de que un amigo vive en la misma orilla y va a visitarle. Él guarda por la mujer un amor platónico, aunque ella nunca le había correspondido. Le cuenta todo lo ocurrido y le pide el dinero, pero él también se niega, le ha decepcionado por una conducta tan ligera. Intenta de nuevo ir al barquero, pero en vano. Entonces, desesperada, decide cruzar el puente. El loco la mata.
Los nervios se acrecentaron después de la exposición de Claire, que mantenía un gesto indiferente e inmutable. Una fugaz mirada se cruzó de reojo entre Daniella y Esteban, un hombre alto y de aspecto astuto que buscaba una respuesta en los ojos de Daniella; que se mordisqueaba inconsciente el interior del labio intentando predecir lo que vendría a continuación.
—De estos seis personajes —prosiguió—, la mujer, el marido, el amante, el loco, el barquero y el amigo, ¿cuál consideran que es más culpable de la muerte de la mujer?
Esta vez fue Daniella la que buscó ayuda en la mirada de Esteban, que por su gesto parecía estar disfrutando del juego. Súbitamente, una voz rompió el tenso silencio.
—¿En eso consiste el ejercicio? —preguntó alguien en tono soberbio— La mujer, por supuesto…
—Disculpe… —le interrumpió Claire mientras leía su placa— Hery, ahora terminaré de explicar cómo han de actuar. Si me deja acabar podrán empezar —Y le dedicó una cínica sonrisa que hizo que Hery apartara la vista de ella ligeramente avergonzado.
Los aires de superioridad que desde la sala de espera se había encargado de rociar por doquier desaparecieron de repente.
—Perdón —se disculpó.
Hery era un hombre de aspecto enfadado, una de esas personas que parecen disgustadas con el mundo. De ésas que van de un lugar a otro sin dejar títere con cabeza, quejándose por todo y buscando una discusión en cada conversación. Sin embargo, educación no le faltaba, y enseguida supo retractarse de un comentario que a todas vistas podía haber evitado. Hasta ese momento nadie había reparado en él, y aquel comentario hizo que todos lo descubrieran con miradas de estupor.
Claire prefirió no dilatar más ese momento.
—Tendrán que enumerar, de mayor a menor, el personaje más culpable de la muerte de la mujer. Esto lo harán de forma individual y lo escribirán en sus folios. Cuando hayan terminado deberán confeccionar una lista común y consensuada que deberán exponer y razonar. Como verán, en cada uno de sus pupitres tienen por escrito el caso por si necesitan consultarlo, y un bolígrafo para poder anotar la lista definitiva. Disponen de cinco minutos para escribir su lista individual, luego pasaremos a debatir la lista común.
Y dicho esto se levantó de la silla ante la atónita mirada de los aspirantes, recogió todas las tablets que había guardado antes en un cajón, se acercó a la puerta y la abrió. Antes de salir se giró.
—Dentro de cinco minutos me reuniré con ustedes —salió de la habitación y cerró la puerta tras ella.
La sala enmudeció durante unos instantes, en los que se miraron unos a otros extrañados por el insólito carácter de la entrevista.
—¿Y esto qué tiene que ver con el trabajo que vamos a desempeñar? —se quejó Hery en voz alta.
Nadie levantó la vista de las instrucciones de la prueba salvo Rais, que le lanzó una mirada amenazadora. Nadie más pareció hacer caso del gruñido de Hery, qué arrugó la boca, decepcionado por el interés que había despertado en sus compañeros.
Él fue precisamente el primero en terminar su lista. No podía disimular su impaciencia, y movía con rápidos espasmos su rodilla de arriba a abajo. Se quedó mirando durante largo rato el cuadro de la pared, con cara de no entender la pintura.
El resto del grupo parecía desorientado y contrariado con el problema que se les había planteado; la mayoría ni siquiera había escrito la primera línea de la lista. Sesseg miró a Tasya y dejó descansar la vista en ella, como si intentase arrebatarle la manera de contestar correctamente. Tasya levantó la mirada, pensativa, y Sesseg dio un leve respingo al verse descubierto.
—Creo que esta lista no tiene solución —le confesó en voz baja para disimular que la estaba mirando.
—Eso creo yo —respondió Rais también en susurros—. Creo que se trata de ver nuestras reacciones, o algo así.
—Pero si la señorita Verill se ha ido… —añadió Esteban—. Yo creo que el orden sí que tiene su importancia, seguramente puedan averiguar nuestro nivel de estabilidad emocional con las respuestas.
—Mira —le indicó Rais con el dedo índice, y señaló encima de la máquina de agua.
—¡Una cámara! —dijo sorprendido Esteban.
Observó con curiosidad y gran atención a su alrededor, buscando más detalles que pudieran darle alguna respuesta sobre aquella extraña situación. Desde niño fue una persona muy curiosa, era el primero en meterse en líos, pero también era el primero en averiguar cómo funcionaban las cosas. Nada pasaba por alto, todo era digno de estudio, y por supuesto de ser objeto de sus pruebas y experimentos. Dos veces estuvo a punto de volar su casa por los aires. La primera vez el fuego no salió del cuarto de baño, sólo contaba siete años. Y la segunda las paredes de aluminio del garaje evitaron que el fuego se extendiera al resto de la casa, antes de que su padre apareciera extintor en mano. La semana siguiente no salió de su habitación, aunque poder tocar el piano alivió su castigo. La música siempre sería su vía de escape.
Tras un concienzudo examen visual, Esteban comprobó que sólo había una única cámara en la sala, al manos a la vista. El hecho de sentirse observado por desconocidos le hizo sentirse muy incómodo.
Tasya miró el reloj y luego dio unos golpecitos con el bolígrafo sobre el papel.
—Estudiarán nuestras reacciones cuando tengamos que hacer la lista común y tengamos que ponernos de acuerdo —explicó Daniella—. La lista individual tiene que servir de test psicológico, estoy segura.
Uno a uno fueron escribiendo sus listas, unos más convencidos que otros. Más de un papel llevaba tachones y rectificaciones, pero al final cada uno tenía escrito el orden de culpabilidad de la muerte de la joven esposa.
Tasya fue la última en terminar. Su postura sobre la silla delataba su evidente timidez, y los labios apretados y sus enormes ojos negros, su inocencia. Su tez era suave y blanca, enmarcada por una generosa melena oscura, que llevaba recogida en una trenza gruesa que caía sobre su espalda. Incluso tenía las mejillas sonrosadas, como las de una adolescente. Cuanto más tiempo se detenía la mirada en ella, más joven parecía.
—Perdonad —interrumpió Daniella.
Todas las miradas se clavaron en ella, y de pronto el suelo tembló en un grave y ahogado estruendo, que retorció las paredes e hizo chirriar los cristales de las ventanas de todo el edificio. Sus cuerpos se vieron precipitados hacia el gran ventanal, mientras las convulsiones que venían de la base del edificio se acumulaban unas sobre otras, y cuando parecía que iban a atravesar el cristal con un rabioso golpe, una nueva sacudida cambió su rumbo y los estrelló contra la pared contraria, tratándolos como insignificantes muñecos de trapo. Las piezas que cubrían el falso techo les cayeron encima; los papeles y carpetas que había sobre la mesa volaron y la máquina de agua rodó por el suelo.
Un par de sacudidas más terminaron de agitar todo el edificio, que se quejaba con ensordecedores crujidos que venían de todas partes. Tremendos golpes ahogados se escuchaban a través de las paredes insonorizadas, pesados muebles chocando unos contra otros, cayendo al suelo, atravesando ventanas. Muy a lo lejos, una explosión estrelló su onda expansiva contra la estructura del edificio, y después de una pequeña pausa algo se derrumbó detrás de la puerta de la sala. Súbitamente el movimiento cesó; tan pronto como vino se fue, dejándolo todo en silencio.
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